El padre de la novia

Digámoslo con piedad: un suegro es un padre sin épica. Un protagonista que se vuelve un actor de reparto. Si tiene una hija, vivirá su momento estelar en el efímero papel de padre de la novia. La boda de la hija parece ser el día más generoso y desprendido en la vida de un papá. Ese día le abre la puerta de su tribu a un extraño y lo celebra. Antes ha cambiado pañales. Prestado sus dedos como barandal para los primeros pasos. Caminado de puntillas para intercambiar dientes de leche por monedas debajo de la almohada. Desatornillado las rueditas de apoyo de una bicicleta. Fotografiado doscientos festivales escolares. Pagado facturas telefónicas adolescentes. Refunfuñado frente a los primeros pretendientes. Ahorrado para la sospechosa universidad. Hasta que deposita a su niña en los brazos de otro hombre. Después, cuando la fiesta termine, volverá a una casa más vacía.

Ser padre es también un viaje sin retorno a un imperio doméstico que oscila entre la alegría, el miedo y la vigilia. Que no se le ocurra ser un superhéroe y volar por una ventana ni que una tarde aparezca flotando boca abajo en una alberca. Que cuando se caiga no se raspe ni las rodillas. Que aprenda a cruzar la calle con cuidado. Que no hable con la boca llena. Que esa fiebrecilla no sea de importancia. Que no se olvide del número de emergencias. Que sepa sentarse cuando lleva la falda muy corta. Que vuelva a casa antes del amanecer. Que no le rompan el corazón. Que aprenda a decir que no con una sonrisa. Que se acuerde del cumpleaños de papá y mamá. Que pueda cambiar sola una llanta. Que no sea una puta. «Entonces dejas de preocuparte de que tu hija se encuentre con el tipo equivocado —dice Steve Martin en El padre de la novia— y te preocupas de que encuentre al muchacho adecuado. Y ése es el mayor miedo de todos, porque entonces la pierdes». Cuando el padre es testigo del enamoramiento de su hija suele actuar como un guardián desconfiado. Mirará como a un ladrón a ese rival con el que su chica ha decidido marcharse. Lo recibirá con los brazos cruzados a la entrada de la casa. Evaluará la fuerza que pone en su apretón de manos. Pero en secreto sólo le importará que la cuide y la quiera aunque no siempre la comprenda. Después será posible la revancha del suegro: convertirse en abuelo. Grandfather. Un padre por encima de otro padre.

[Carta Etiqueta Negra 112, Padres e hijos]

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